28 Fancine. Dïa 2: el extraperlo

One Cut of the Dead

El terrible hype que la pareja cineasiática se encargó de crear antes de cada proyección que tenían el descaro de presentar, sumado a aquel molesto incidente con el personal de la sala*, hicieron que para mí este pase empezase siendo una verdadera pesadilla.

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Sin embargo, es cierto que la película es tan excesivamente divertida que consiguió cambiarme el mood más o menos pasado el ecuador del metraje. Aun con todo, admito que empiezo a estar bastante cansado de ese rollito metacine que no es más que meta-industria-del cine, queriendo ocupar un lugar antes reservado para el ensayo y ahora monopolizado por un banal suceso cinematográfico.

No es metacine, es cine sobre el show business. Puro entretenimiento –lo cual es en absoluto un mal carácter-.

*Por favor, ¿qué amante del cine –ya no sé por qué presupongo que la gerencia del Cine Albéniz está en esta categoría- permitiría entrar a la sala 20 minutos después de haber empezado la proyección? Pues no sólo lo permiten sino que, además, mantienen el derecho a ocupar el asiento asignado. Esto es: llega cuando te dé la gana al cine, que podrás levantar a media sala si es necesario porque tú, cliente, eres lo primero para nosotros. Luego está… ¡eso! ¡El cine!

Mandy

Creo que hay pocos intérpretes que, a su edad y con su trayectoria, hayan sabido entender tan bien su nuevo sitio como efectivamente lo ha hecho Nicolas Cage. Sabe que es un guilty pleasure –de los más culpables de los que admito ser pecador y reincidente- y explota esa faceta, protagonizando películas que deberían ser malas pero que ya ni lo parecen por culpa de una visualidad maravillosa como esta de Panos Cosmatos.

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Una narrativa rica en lenguaje de videojuegos y conducida por un leitmotiv tan universal como la venganza: así nada puede salir mal. La película es capaz de entretener, sobrecoger, asombrar y divertir a un espectador que se revuelca en la butaca de puro goce. La imagen no pierde potencia en un solo fotograma del metraje y la música de Jóhann Jóhannsson –aparentemente fallecido según los créditos finales- termina de convertir el visionado en una experiencia más que agradable.

Mandy recoge sin complejos todas sus influencias de estéticas gothic kitsch y las envuelve con una renovada y pulcra estética cinematográfica al alcance de cualquiera. Un acierto.

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Me quedé sin entrada para la de von Trier así que eso fue todo. Saber que la sala 1 del Albéniz estuvo abarrotada aquella noche complace aun siendo yo uno de los desgraciados que se quedó fuera. En otra nueva broma de los dioses, compré 2 entradas para la proyección del día siguiente, que finalmente no conseguí encasquetar a nadie. Una pena.

28 Fancine. Dïa 1: je suis un monstre

Les Fauves

El evidentemente fallido resultado de intentar hacer una película rara sin serlo en absoluto.

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esta cara durante toda la película lolxd

Con una planísima y rancia Lily-Rose Melody Depp -hija de Johnny Depp- como protagonista, en el que seguramente sea su primer trabajo cinematográfico de peso -y esperemos que también sea el último-, la película intenta emular torpemente obras maestras vistas también en el Fancine como It Follows, pero sin un atisbo del magistral control de la tensión y el suspense de esta.

Le hubiese valido infinitamente más resignarse a ser lo que en realidad es: otra película de terror de adolescentes que, con el debido tratamiento, podría haber encontrado su hueco en el circuito comercial más o menos alternativo –ese cine de en medio francés que tanto le gusta programar a nuestro querido Cine Albéniz-.

Monstrum

“Monstrum” de “mostrar”, no de “monstruo”. Una descarada pornografía de la imagen que repele a todo el que tenga un mínimo aprecio por el cine como algo más que un medio de expresión complementario.

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exacto: no os voy a enseñar al «monstruo»

Todo son fallas: el uso indiscriminado e incoherente de determinados recursos audiovisuales, de los que me escuece especialmente ese recurrir desesperado al fundido a negro cuando la limitada mente del creador de este monstruo fílmico no da para más –que, para nuestra desgracia, es bastante a menudo-, es sólo una de ellas.

Los personajes, poco más que un esbozo de prototipos ligeros sin desarrollar, presentes todo el tiempo sin parar de hablar, con diálogos reiterativos e innecesarios. Y para terminar de encarecer tal baratija de película, la ambientación histórica intenta justificar todos los posibles errores, por el contrario, remarcándolos.

Por último, lo que más me molestó de todo fue que, puestos a mostrar al monstruo –cuya presencia a través de la función evocadora del lenguaje ya era suficiente-, este fuera tan absolutamente mediocre, sin más habilidad especial que ser eso, simplemente un monstruo. Soy un monstruo: mato gente, a veces razono como los humanos LOL, pero luego muerdo cabezas porque sí. NEXT.

Estoy convencido de que esta película irá bien en la parrilla de lo que sea la cadena de televisión correspondiente a nuestra Antena 3 en Corea del Sur: recomiendo programarla los fines de semana por la tarde, en la sobremesa. Éxito asegurado.

Muere, monstruo, muere

Una cinta compleja, laberíntica en su discurso y estructura, entumecedora. Embiste a cada rato sin reposo. Y tú resistes los golpes porque ahora, gracias a Alejandro Fadel, también te gusta el dolor, también te identificas con según qué parafilias. David Lynch meets psicoanálisis.

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Frida dónde estás que no te veo Æ

Es difícil hablar de Muere, monstruo, muere, pues todo lo dicho es susceptible de ser revisado por otras perspectivas y otros visionados –aunque viene con el sello imborrable de haber pasado por el Un certain regard de Cannes-. Y por ello, como toda buena película, es un viaje: un viaje que no sólo dura el tiempo de visionado, sino que permanece varias jornadas en el fuero interno. A uno se le ocurren mil explicaciones y siempre mil y un preguntas, lo cual es fascinante.

Tras el pase contamos con la presencia de una de las productoras de la película, que en una mezcla mortal entre italiano, inglés, español y quién sabe qué más idiomas, vino a decir que no tenía mucho fuste intentar encontrarle un sentido concreto al filme, sino que era más productivo planteárselo como un acercamiento al universo personal del director, invitando a perderse en él y, sobre todo, a disfrutar del trance.

 

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fotograma de mi pieza ‘BAD GYAL – D WAY U DO ME versus LAKIKIOSS’

 

Y aún más: la cinta consigue pasar por entre el etiquetado moral, como serpenteando, rozando y acariciando los cuerpos calientes sin llegar a pararse en ninguno de ellos. Por un momento temí poder llegar a clasificar la película como feminista, pero la secuencia final obliga a dejar atrás toda tentativa definitoria.

El tratamiento, a veces tan cercano ya al videoarte más figurativo, es tan delicado, milimétrico y poético que a uno le gustaría pertenecer a eso, aunque eso sea terrible, y loco. Loco, como esa locura rural en Volver de Almodóvar; loco como esa locura surrealista en Mulholland Drive de Lynch; loco como esa locura normalizada por la profunda tradición psicoanalista de Argentina.

Rematar a Federico

La Petenera, Federico García Lorca‘, una obra de Castro Romero Flamenco & Compañía Suite Española presentada el domingo 28 de octubre a las 19h, dentro del Ciclo de Danza 2018 del Teatro Cervantes (Málaga). 

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Toda la primitiva emoción de entrar y ver lleno un teatro demasiadas veces famélico se ha esfumado transcurridos los primeros minutos del espectáculo, marcados por fallos técnicos tan imperdonables a una compañía profesional como a una amateur; es decir: básicos.

Además del predominio del descompás en absolutamente todas las coreografías grupales, otros tantos elementos -he llegado a ver a uno de los bailaores haciendo indicaciones a otro durante una escena- dan a pensar que no se han llevado a cabo los suficientes ensayos generales, en cuyo caso uno se pregunta qué tipo de aficionados presenta el teatro municipal como profesionales. La otra posibilidad es que hayan ensayado lo suficiente, entonces el problema es mayor: son malos y no deberían dedicarse a esto.

Aunque dentro de lo malo sobresale, con méritos, lo peor: el sonido. Una música pregrabada con ese sonido metalizado de tan baja calidad, que uno sueña que termine cuando aparece la música en directo, pero el estupor es inconmensurable cuando esta suena aún peor que la pregrabada. Una mezcla de sonido con un volumen elevado que convierte la escena en una batalla entre las fuentes de sonido: de repente un instrumento se escucha más fuerte que otro, luego otro, luego la voz, todos peleándose. Y no se pueden dejar pasar los flagrantes fallos técnicos del principio del espectáculo, en que el micrófono del narrador quedó abierto durante minutos después de que hubiese abandonado el escenario, llegando a albergar una sonora tos, infiltrada en una escena que debía ser dramática, y termina siéndolo, aunque en otros términos. Esa microfonada voz del narrador, por otra parte, elimina, impulso eléctrico mediante, toda posible aparición del duende en escena.

La voz del cantaor se encuentra en ese registro que tantas veces sirve de frontera natural entre el flamenco y el popularmente denominado flamenquito: aguda y a ratos gangosa, la mediocridad todo lo puede, y su ignorancia lo envalentona para interpretar el ‘Pequeño vals vienés’ de Morente, en un acto de explícito menosprecio a la herencia musical de este valioso patrimonio inmaterial.

Cuando llega la parte del montaje en que todo se convierte en un cuadro flamenco convencional, no queda otra que entender que todo lo anterior ha sido una trampa, o directamente un timo, una máscara descarada y sinvergüenza para hacer pasar por espectáculo integral lo que no es más que eso: un cuadro flamenco convencional. Así se puede comprender la desgana con la que discurre toda la primera parte, en clara contraposición a la segunda, en que la totalidad de los bailaores demuestran tener control sobre lo que están haciendo sobre el escenario, algo que se echó bastante en falta durante los primeros 30 minutos.

Este cuadro, un megamix de grandes hits del flamenco, con bulerías de Cádiz, una saeta, letrillas tan memorables como la del sereno o el legendario ‘Dicen de mí’ de Camarón: eso es realmente este espectáculo, y no Lorca ni su muerta petenera.

Y es que no deja de resultar irritante todo este chabacano aprovechamiento de todo lo más comercial de un Federico García Lorca al fin reconocido como genio universal. Nada queda aquí del alma del artista, empaquetado y plastificado al vacío como un anodino musical de Broadway, con su correspondiente apariencia artificial pero sin su profesionalidad y su profundísimo conocimiento del espectáculo.

Capítulo aparte merecería el comentario relativo a la iluminación, puesta en escena y vestuario. Sólo diré una cosa: máscaras venecianas de baratillo. ¿Por qué? Nadie lo sabe. ¡A nadie parece importarle!

Pero no podemos olvidarnos de él: el bailaor que lo hizo todo mal, desde el principio hasta el final. Dejando a un lado un generalizado despiste y una apariencia permanente de estar fuera de contexto, y por nombrar sólo tres momentos, a mi parecer muy representativos: el primero mientras el cuerpo de baile al completo avanzaba a través del patio de butacas hasta el escenario, él sonreía luminosamente mientras sus compañeros miraban tristes el suelo; luego cuando coloca una mesa sin desplegar sus patas y esta, evidentemente, se cae; y por último, cuando decide en un arrebato de improvisación seguro magistral a su juicio, mientras se canta una saeta a capela, momento siempre íntimo, solemne, espiritual -y da hasta pudor tener que explicar esto-, él decide, en segundo plano, besar a su compañera apasionadamente, rompiendo toda la atmósfera circundante. Pero da igual, hablar de esto es fútil cuando, sencillamente, un bailaor no se sabe las coreografías del espectáculo que presenta en un teatro lleno.

El aplauso unánime del público me sirve para reflexionar acerca de cuán lejos estamos de un verdadero acercamiento de la cultura a la masa y cuán cerca de esa democratización -eufemismo siempre de mercantilización- alienante.

En un hipotético Estado cultural, este tipo de eventos serían constituyentes de delito, contra la salud cultural general del pueblo, quizá, o contra los grandes maestros, también. Admito que, durante la representación, he llegado a fantasear con unos agentes de policía personándose a la salida del teatro, preparados para arrestar a los culpables de este tristemente normalizado sacrificio, inútil además de mal ejecutado.

En definitiva, si bien se han presentado ideas que, a priori, podrían ser interesantes -tanto en términos de danza como de puesta en escena-, estas quedan enterradas bajo gruesas capas de hediondos recursos sobreexplotados, incoherentes e inconexos -introducir transiciones no es relacionar, querido director-, apabullantemente faltos de toda lógica.

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Para más inri, nuestro rico tejido local nos nutre de personajes que uno se imagina que llevan sin salir de casa 100 años, o que no han pisado en su vida un teatro. En esas, un caballero sentado en la fila de atrás ha llegado a amenazar a quien, razonablemente, le indicaba constantemente que guardase silencio -una señora de otra fila más atrás-. Mientras, su pareja lo defendía ante el entorno enfurecido argumentando que lo habían alterado, a lo que seguían susurros al oído del miserable para que se callase y se comportase. Con amenazas me refiero, ojo, a amenazas literales: «cuando salga le voy a partir la cara».

Me he quedado con ganas de decirle a ella: cuando te pegue, porque lo hará, si no lo ha hecho ya, espero que al menos no te sorprenda. Así que hoy he descubierto que también se puede detectar a un maltratador sólo por su comportamiento en un teatro. Cómo son los agresores, qué transparentes, qué simples, qué básicos, qué terribles.

Los raros sois vosotros

Al día siguiente de que se celebren guateques en los sótanos de centros de salud andaluces conmemorando el levantamiento fascista del 18 de julio, la otra Málaga, la que la quiere de verdad y la quiere bien, se echa a la calle para arropar a La Invisible, justa confluencia de todos los movimientos locales de mayor urgencia, especialmente ese #MálagaNoSeVende tan peligrosamente necesario. Con una intervención escénica, previa a la puesta en marcha de la manifestación propiamente dicha, de una efectividad y una calidad discursiva memorables, las superheroínas invisibles supieron dejar claro lo que representa La Invi para la ciudad, y lo hicieron sin necesidad de ponerse demasiado solemnes o serias, lo hicieron simplemente siendo maravillosas desde los balcones de un espacio, para muchas, igual de maravilloso

Cuando llegué a Málaga, hace 6 años, llegué a una Málaga con La Invisible, que venía en el pack y la definía. Fue uno de los primeros lugares que más frecuenté, antes de adentrarme en el espesísimo tejido cultural local, absolutamente deslumbrante y sorprendente, dadas las condiciones. La Invi estaba antes que el Ruso, antes que el Pompidou… ¿Por qué es necesaria ahora esta vehemencia contra un centro social autogestionado que también ha colocado a la ciudad en el mapa, de muchas y muy diversas maneras además? ¿Por qué este juego de amenazas e intimidaciones? ¿Por qué recurrir al ya tan impopular -demos gracias a la PAH- desalojo?

Si el Consistorio aludiera al menos que tiene un proyecto para el edificio que pretende desalojar -efectivamente, para ellos es solamente una parcela edificada, sus apretadas mentes neoliberales no les dejan concebir la casa como un espacio motor-, la cosa sería menos desagradable, menos vergonzosa, menos patética. Si nuestro alcalde por obra y gracia de Dios, viva imagen del caciquismo más salvaje adaptado a los tiempos modernos, al menos preguntara a esa ciudadanía a la que dice representar, pero a la que sólo se encarama puerilmente; si la cultura en esta ciudad fuese algo que compete a las personas que la llevan adelante, entonces podríamos entonar orgullosos un mismo canto por esta ciudad que nos ha sido regalada como el paraíso.

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Contamos con las herramientas, con los materiales, incluso contamos con algo valiosísimo: la Historia. Los errores pasados de otros, cuyas consecuencias pueden observarse bajo la luz del presente, deberían servirnos de trampolín para construir, juntas, una ciudad que sea de todas y para todas. Pero el ludópata neoliberal olvida, tiene poca memoria, y no se acuerda de Valencia, ni de Madrid, ni de Barcelona, por supuesto. Y mientras, en Madrid la implantación de los presupuestos participativos, y en Barcelona la regulación de los pisos de alquiler turístico. Y aquí… la ceguera. Nuestros dirigentes acostumbran más a parchear, a «solucionar» a posteriori algo que podría haberse evitado de haber contado con una oreja puesta en la calle.

Estos ejemplos negativos también nos han enseñado que no se trata de un modelo de ciudad sostenible, que todo acabará cayendo por su propio peso cuando una ciudad sin habitantes implosione estrepitosamente, llevándose consigo todo lo creado con tanto amor, tanto orgullo y tanto esfuerzo.

Además, estoy cansado, estoy cansado de que a nosotros se nos diga «los raros»: ¡los raros sois vosotros! Lo raro es querer una ciudad-escaparate en la que las personas no puedan habitar, lo raro es legislar en cultura a golpe de decreto y de despacho, lo raro es no ser capaz de entender el presente como una oportunidad perfecta para destacar mundialmente, lo raro es ofenderse por una exposición, lo raro es no sentir la náusea cuando se pretenden destruir 11 años de aportación inestimable a la vida de la ciudad, ¡lo raro es no echarse a la calle y gritar #lainvisequeda! 

 

Kiko Izquierdo

 

También te puede interesar: Mirador Princess: ver y ser vistos  (sobre el modelo de turismo local).

 

 

Mirador Princess: ver y ser vistos

[Esta es la edición íntegra del texto publicado en julio de 2018 en el número especial en papel de la revista ‘Álbum’ dedicado a Málaga]

La Noria Mirador Princess aterrizó como un ovni en el Muelle Heredia a finales del verano de 2015, nos dijeron que de forma temporal. Pero parece que ha venido para quedarse: la nueva concesión permite que se mantenga hasta junio de 2018, aunque la empresa se plantea presentar el proyecto de la instalación de una noria definitiva. Esta noria, que incluso ha modificado el skyline de la ciudad, se puede entender como el símbolo de este nuevo modelo híbrido de ciudad-turismo que se está construyendo desde algunos sectores. En la noria puedes ver, aunque también ser visto. Algunos dicen que, en su máxima altura, uno es capaz de vislumbrar el futuro de Málaga, que en la actualidad ve, pero, sobre todo, es vista por el mundo entero.

Para Málaga, todo es temporal hasta que deja de serlo.

Convivimos a diario con nuevos espacios que terminamos incluyendo en nuestras coordenadas habituales. Así, arañamos parte del Pompidou a los franceses y algo de arte ruso a San Petersburgo, ¡menuda osadía! -o no-. En la mega campaña de marketing que ha convertido nuestra ciudad en la gran lumbreras de la Europa contemporánea nada suele ser por casualidad.

Satisface levemente pensar que la hinchazón de la burbuja -de cualquier burbuja, de hecho- amplía no sólo el espacio por ella contenido, sino también sus límites, sus márgenes, quedando inscritos, al menos en la periferia de la razón, aquellos terrenos antaño absolutamente expulsados del campo de visión. Se multiplican los espacios, los discursos y los agentes discursivos, y todos sus antis y contras, y aunque el desarrollo general no deja de ser concéntricamente explosivo, ciertas ramificaciones mutan, desplegándose de forma rizomática hacia un nuevo horizonte de luz.

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Mirador Princess recorre a diario, en su circuito cíclico y por momentos estúpido, las conciencias de aquellos que quisieron que fuésemos vistos por millones de ojos, aquellos que apostaron por la creación de una marca moderna para éste rincón que decían acusaba falta de identidad por ser portuaria su naturaleza. Sin embargo, a cada giro de noria surge intangible la eterna duda del huevo o la gallina.

Ajenos a cualquier dictamen científico viven los malagueños que certifican que, llegados a este punto de amasijo cultural, fue primero el huevo y después la noria. Un huevo ovalado, de redondez imperfecta, que se fue conformando década a década, nombre a nombre, con impulsos necesarios y efectivos, que para nada giraban vilmente sobre sí y que construyeron los radios sobre los que hoy giran los aceros de este aparato puerilmente simbólico. A la ciudad con noria y museos le preceden giros completos de gusto, de ganas, de necesidad de anclaje y de identidades que hoy peligran de ser asaltadas por patrocinios y franquicias. Anclajes que echaron cientos de personas que evitaban a toda costa la huida de esta mal llamada ciudad a otras bien llamadas centrales.

¿Acaso no es cada una de las cabinas de Mirador Princess una parte de cada cual que haya hecho de esta pequeña sociedad una inmensa rueda giratoria? La noria, si por afán representativo girase, debería hacerlo en nombre de aquellos que se fueron, de los que se quedaron, de los que se fueron y volvieron, y también de los que no; aquellos que siguen desde sus exilios centrales sirviendo de sujeción a los radios de esta ruleta incandescente y luminosa llamada Málaga, en cuya morfología no cesa la mutación.

Si fuese sólo apariencia, qué fácil sería subir a uno de esos cacharros y girar por un cielo casi siempre despejado para volver a bajar a un suelo siempre sucio de pisadas errantes. Qué fácil sería identificar el concepto de ciudad al de artificio de acero y neón siempre a punto para cualquier postal contemporánea.

Aunque puede que no esté ahí la clave, sino en dejar -o no- huella. Para hacer un símil gráfico y un tanto macabro, podemos entender la siempre presente Barcelona como el suelo de un campo de cultivo: vivo, fértil, abonado, maleable y en constante transformación. Por el contrario, Málaga a veces parece que prefiere ser el sintético pavimento de unas cabinas de striptease o de las ya obsoletas y casi románticas salas de visionado de productos audiovisuales pornográficos. Alguien viene, evidentemente de paso, goza sometiendo con la mirada aquello que es mirado -y que por ello es motivo de placer-, ocurre el fenómeno masturbatorio y tras el orgasmo se marcha, dejando tras de sí un suelo pegajoso.

Pero lo esencial reside justamente en lo que ocurre después: el encargado de limpieza de turno se dirige a la cabina susodicha con un único fin: arrasar con todo indicio de presencia anterior. Aquí no ha pasado nada. De la misma forma discurre actualmente el turismo por Málaga, sin dejar -quizá sin poder hacerlo siquiera- huella. Los visitantes recorren, con la vista más pendiente de su predecesor en el cortejo que del contexto, un centro histórico que es casi un itinerario de sentido único. Y luego se marchan. «[…], nada más. Y basta». En uno de los muchos versos de grandes poetas impresos en calles del barrio céntrico se ha borrado el «Ser» en esta cita de Jorge Guillén. Pues eso.

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Definitivamente Mirador Princess, como todo, algún día dejará de girar en el puerto. Sin duda lo necesitan los que aman a Málaga con sus miserias precoloniales, aquellas que no codificaban la cultura bajo rutas con espeto y paseo en barca por un muelle inexistente; los que se jartaron de pasearla por ahí cuando en lugar de neón había iniciativas, los que no se anclaron a otros suelos, temerosos de que el ancla sólo les hiciera girar en círculos.

Los que la amamos. Los que bajo este dogma del amor / odio que nos produce nuestra ciudad siempre estamos celebrando su nuevo sitio con un vino y preocupándonos con otro por el legado que la Málaga Cultural va a dejar a los futuros pasajeros de esta enorme atracción turística que no cesa de dar vueltas sobre sí misma.

 

Texto: KIKO IZQUIERDO & JESÚS GALEOTE

Fotos: KIKO IZQUIERDO

universidad de clases patrocinada por Glovo

lo que más debería preocuparnos de toda esta serie de conclusiones terribles que la aparición y el éxito de Glovo ha despertado en nosotros dejando en entredicho nuestra utópica sociedad democrática NO ES la precariedad normalizada del mercado laboral que cada vez es más mercado -de carne, de talento- y menos laboral -el trabajador contemporáneo es una especie rápidamente evolucionada cuyo más famoso antecesor es el obrero-, NO, sino la espantosa realidad de haber dejado transformar nuestra universidad pública, eje del triunfo político de la clase media, en una universidad de clases y burguesa

efectivamente: el universitario pobre lleva el pedido del Burguer King en bici un viernes por la noche a casa del universitario rico. el universitario pobre -que existe, ¡los seres mitológicos son quienes lo niegan!- trabaja en Glovo para pagarse la carrera y el universitario rico -rico es, penosamente, todo aquel que, de una forma u otra, consiga huir de la precariedad imperante; ya sea mediante su posición privilegiada o la de alguno de sus progenitores- pide en Glovo para pasarse la carrera

ya llegó, ya está aquí, la uni del pedigrí (8)

ha fallado en todo. pero ha fallado tan bien, de manera tan sublime, que es incluso bello. hemos fallado tanto en todo que la Universidad se ha convertido:

  1. en Meca obligada para todo nacido en una época histórica y momento demo-geográfico de ausencia del hambre; esto es: todo aquel que no haya experimentado al hambre desde su nacimiento debe ir a la universidad si quiere demostrar que, efectivamente, por esto* -y esto* es, para más inri: infantilización de la ciudadanía, conocimiento desfasado, desapego de la realidad y un paro galopante-, todo ha merecido la pena
  2. en cementerio de elefantes del conocimiento y de los guardianes del mismo. en un intento patético de asemejarse a los tiempos modernos -que si por algo se caracterizan precisamente es por su anti-intelectualismo vergonzoso y su pragmaticidad exacerbada, inhumana, maquinal-. intentan hacer correr un barco por las vías del tren: no se puede
  3. en guardería para adultos. la universidad es un obstáculo que se pone a los jóvenes para retrasar su participación en la realidad política de la existencia, es un divertimento malvado para hacer verosímiles las propuestas electorales de 4 en 4 años, no dejando crecer ni una sola completamente, abandonando la institución pública a una suerte de vaivén eufórico cuyo efecto es claro: agotamiento, cansancio, agotamiento. en la universidad, los jóvenes saben, pero no viven, no se experimenta. en ciudades como Málaga, los universitarios ni siquiera la conocen, pues residen en un barrio construido para ellos en los terrenos del viento. allí, inmovilizados mediante la construcción de un parque de atracciones snob para niños grandes, olvidan, o ni siquiera llegan a saber, que viven en una ciudad que hace marca de museo, donde la suciedad es tan común como la tensa dialéctica amo-esclavo y que quiere hacer de su único reducto verdadero un escaparate de plástico de un solo uso rápido para cruceristas acatetados internacionalmente

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el que con la beca no le llega y tiene que trabajar y los profesores le cuentan las faltas; la que, en realidad, quiere ser madre; el que se queda atrapado en el entramado endogámico y jamás se recupera del golpe; la que hace un máster en social media; el que paga por entrar a discotecas; a la que en verdad le gusta entrar gratis a las discotecas…

y, entre ellos…

1 Glovo, 2 Glovos, 3 Glovos
la luna es un Glovo que se me escapó,
1 Glovo, 2 Glovos, 3 Glovos
la tierra es el Glovo donde vivo yo.

1 Glovo, 2 Glovos, 3 Glovos
los niños tenemos en la aplicación,
un euro, dos euros, tres euros,
en unos momentos de gran diversión.

La larala larala larala la la larala larala la la
la larala larala larala la la larala larala la la

1 Glovo, 2 Glovos, 3 Glovos
la luna es un Glovo que se me escapó,
1 Glovo, 2 Glovos, 3 Glovos
la tierra es el Glovo donde vivo yo.

La larala larala larala la la larala larala la la
la larala larala larala la la larala larala la la

Los Glovos no duermen,
se duerme la luna,
se duerme la rana,
y yo hasta mañana,
que me duermo yo,
que me duermo yo.

1 Glovo, 2 Glovos, 3 Glovos
la luna es un Glovo que se me escapó,
1 Glovo, 2 Glovos, 3 Glovos
la tierra es el Glovo donde vivo yo.

1 Glovo, 2 Glovos, 3 Glovos
los niños tenemos en la aplicación,
un euro, dos euros, tres euros,
en unos momentos de gran diversión.
La larala larala larala la la larala larala la la
la larala larala larala la la larala larala la la

Clic: a beatnik experience

Crónica desordenada de Clic, de Inma Bernils y María Ferrara en La Polivalente (Málaga) el 17.12.2016.

«Clic: palabra que designa el sonido de un movimiento de encaje, conexión, articulación. un ya está. ya está pasando. voces, movimientos y palabras para una com-pompom-sición instan-tan-tan-anea». Breve, misterioso, intrigante… Con este texto mínimo se anunciaba el evento que tuvo lugar en ese espacio especial que es La Polivalente en Lagunillas, de las manos -pero, sobre todo, de las gargantas– de Inma Bernils y María Ferrara. No hacía falta más.

El que tiene oídos, que oiga.

Mateo 11:15

Para quien tiene el oído apropiadamente entrenado, la música está en todas partes: en el clic y en el clac, en el pum y en el pam, en el buh y en el bam! Pero no sólo de onomatopeyas vive el poeta fonético, su capacidad de adaptación al espacio –espaciiiiiuuuu culturaaaaaalllll– es apabullante, lo que demuestra, entre otras muchas cosas, que es un arte vivo, absolutamente ajeno a ese arte elevado -literalmente- y superlativo que es sólo arte si nada le interrumpe, nada le toca, nada le afecta.

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Ante el escenario tradicional de exposición de los nuevos dioses vivos, idolatrados por igual, los artistas, Inma y María proponen un derramamiento líquido y descarado, embarazoso, puntiagudo, molesto, intrusivo… Las características del espacio de La Polivalente lo convierten en un plató difícil de manejar si no se tiene dominio absoluto de los elementos. Así, ante el habitual autoencarcelamiento del artista en su trinchera construida a base del distanciamiento con el público, en Clic se produce algo que, en primera instancia, puede no llamar demasiado la atención, pero que sin duda es sumamente representativo del tipo de acción que aquí se defiende.

Inma y María, vestidas, como gemelas, de rojo, se hacen con el espacio de manera afable, sin que apenas te des cuenta, pero tomando el control pleno. Te giras para coger la copa de vino y de repente tienes a Inma mirándote a los ojos desde muy cerquita gritándote, absolutamente descabellada, «pues así es, así como te lo digo, ¡digo! ¡como te lo cuento!«, en una verborrea delirante y metódica. La cotilla del barrio, sublimada.

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También sublimado, si no caricaturizado, queda el espontáneo de turno -varón blanco, la sorpresa- que, como no le interesa el asunto lo más mínimo, decide unilateralmente que nadie tiene derecho a disfrutar de semejante mierda, patochada, absurdez, movida de artista. Nadie, porque él es todo, por supuesto. Sin embargo, en una nueva muestra de enorme inteligencia, las artistas deciden, improvisadamente, sacarle partido al asunto, y convertir las irrupciones sonoras del individuo en parte del espectáculo, provocando la admiración general del público, ya conquistado por completo. Hasta el punto de gritar, con una conmovedora parada catártica en la ‘r’: «Porrrrrrrrrrrrrrrr favor, ¡respeto! [Golpe en la mesa]«. Y todo sin salirse del papel. Inmediato. Aplausos. Y, con estos como nueva materia prima, continúan.

Pero tampoco de espontáneos vive sólo el poeta fonético, cuyo oído es salvaje por ausente de criterio: no selecciona, lo escucha todo y, más tarde, elige, racionalmente -o no-. Una silla que se cae, una risa, un mal trago, una tos… Como un espejo negro Clic absorbe todo lo que le rodea y, mediante un ligerísimo espectáculo metabólico, lo transforma en sonido puro, al servicio de la representación. Al fin y al cabo todo es una cuestión elemental: como el pintor controla el óleo y el escultor el barro, así maneja a su antojo el poeta fonético el sonido, las ondas, las vibraciones…

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Para más inri, Clic no se queda en un mero megáfono del mundo chico, sino que ataca ferozmente la cualidad del sentido, haciéndola implosionar, destruyéndola desde dentro. Seguro que te ha pasado alguna vez eso de que, tras repetir demasiado una palabra, esta empieza a enrarecerse, a perder todo su significado: entra en el paralelo oculto de lo extraño. De la misma forma deconstruyen Inma y María la realidad sonora adyacente, convirtiendo el grito idiomático en silábico, la concreción en fantasía, la expresión en bomba sonoro-sensorial. ¿Qué pasa cuando enfatizas demasiado una frase? Que esta queda irreconocible, absurda, plana: empieza a restar importancia a su correlación semántica y aumenta inevitablemente su carácter más físico: el sonido. El episodio, ya comentado, de la mari de patio que comenta, extremadamente excitada, un asunto cualquiera, lo deja clarísimo. La exageración de una tos, de una risa, hacen que dejen de ser risa y tos y pasen a ser un elemento vivo, maleable, en manos expertas.

Cualquiera que viera el asunto desde fuera pensaría «¡Pero qué locura es esta!«, pero nada más cuerdo, más consecuente, más aleatorio al mismo tiempo. De todas formas eso es lo de menos: como de costumbre -al menos en lo que a la carrera de Inma se refiere- brotaron las risas en una muestra de arte divertido, cercano, vivo, irreverente y fantástico.

Si te va el rollo, quizá te guste… ‘La Pasión según San Lucas’,  de Penderecki.