La tríada del mal social (II): Política y representatividad

Notas lingüístico-políticas para una interpretación eficaz de la crisis política que, como su campaña electoral, es ya permanente. 

Vivir en un estado de campaña permanente, en palabras de Blumenthal, tiene consecuencias. Si la contienda política es constante, los periodos de crisis se prosiguen mientras la estabilidad se ve cada vez más lejos. No digo que no haya que destituir a los malos Gobiernos y reemplazarlos por otros mejores, ¡digo precisamente que hay que hacerlo!

Para mí, los tres conceptos fundamentales a través de los cuales podemos explicar, al menos, los últimos 8-10 años (y, cada vez más, el presente) de inestabilidad política en España, son: impunidad, representatividad y corrupción. Aunque nos vamos a centrar en el segundo, no está de más explicar un poco los otros.

Si bien la corrupción es un tema que actualmente parece estar casi demodé, ha protagonizado los últimos grandes años del bipartidismo español, y está presente en nuestro día a día informativo a través de otras construcciones como «corrupción de menores» o la acepción de «corrupción» que tiene más que ver con aquello que ha sido alterado de su orden natural.

Por su lado, la impunidad me parece casi el más importante de los tres, ya que me sirve para explicar la mayoría de los sucesos antidemocráticos que tienen que ver con las fuerzas de violencia del estado, el partidismo judicial y los excesos de la clase política. La impunidad de todos ellos (trataremos el tema de los políticos presos con mayor profundidad y detalle), perfectamente comprendida ahora por la opinión pública, resulta inaceptable y no habrá ninguna regeneración política hasta que esta clase política no sea destituida por completo. El relevo ha de ser de clase y no de partidos. La gente ha de volver al Parlamento.

Ahora sí: la representatividad. Empecemos por un análisis semántico básico y desordenado, un brainstorming terminológico: yo te represento, tú me representas, él se representa, nosotros le representamos, vosotros les representáis, ellos me representan. Es un concepto que permite multitud de formas, conjugaciones y significados: están los representantes de artistas, los representantes de obras de teatro, y luego los representantes políticos. Es curioso, ¿no? Parece que en esta campaña permanente tomada por el marketing político todo lo que tiene que ver con política tiene que ver con espectáculo.

Me explico: en una reciente investigación descubrí patrones similares en el uso del término «normal» en una pequeña muestra de noticias en español de los últimos 25 años por parte de las noticias sobre deportes y política. Además, en ambos casos era habitual encontrar el lema objeto de estudio («normal») en las declaraciones de deportistas o políticos. El patrón similar consiste en atribuir más la acepción de «lógico» a «normal» que cualquiera de las otras tres («normal» puede significar, esencialmente, 4 cosas: habitual, lógico, natural, normativo). Esto es: cuando los políticos dicen que algo es «normal», al igual que los deportistas, lo que están diciendo es que es «lógico», comprensible.

Las implicaciones de esta abundancia de apelación a lo lógico son evidentes: lo lógico es objetivo, porque no puede no serlo, ¿eso significa entonces que lo político es objetivo? Sí, aunque con matices, no es difícil observar que el actual clima de tensión viene promovido por actitudes como estas, que tienen como fin reivindicarse como únicas ideologías verdaderas y posibles, en una performance que es más religiosa que política. No se apela a lo común, a lo democrático que es, en definitiva, el debate, el cuestionarse lo social y lo personal cada día. Esto explicaría parte del insoportable panorama actual de odio y desprecio entre partidos y candidatos, aún más maleducado desde la triunfal entrada de Vox en el Congreso.

Pero está claro que este no puede ser el único problema. No, es algo aún más profundo, más enraizado: es la propia idea de representatividad. Creo que la crisis de representatividad política que sufrimos los ciudadanos de forma exponencial (algunos desde el comienzo de nuestra implicación política) parte de un problema de conceptualización básico: ¿somos capaces ya de creer en que algo pueda representarnos? ¿No lleva el capitalismo décadas bombardeándonos con el «conduce tu propia vida», «sé tu propio jefe» y demás mierdas? Si habéis implantado la concepción de que cada uno de nosotros somos únicos y especiales sólo por comprar vuestro producto comercializado a gran escala internacional, ahora no podéis pretender que esos mismos ciudadanos-clientes sean capaces de volver a otorgaros la libertad que tan cara están comprando por Internet.

A ver, ¿pero qué libertad es esta de la que hablo? La libertad del ideal capitalista es que «seas como quieras ser», lo cual implica toda una articulación de maniobras cognitivas que suelen acabar en una enfermiza necesidad consumista. Pero es a través de estas compras, de estos microconsumos, a través de lo que nos definimos como consumidores-ciudadanos. Somos el extracto de nuestra cuenta bancaria y los tickets de nuestras compras del mes.

Por tanto, para frenar la crisis de representatividad política hay que frenar primero la crisis de representatividad general: la gente no quiere que nadie hable por ellos, quiere hablar ella, y está en su derecho. Habrá que encontrar la forma de hacerlo. A menos que nuestro objetivo sea cargarnos la democracia representativa, un proyecto indudablemente más estimulante. En todo caso, los tiempos de pandemia nos enseñan que debemos ser capaces de ceder parte de nuestra libertad individual en pos del bien común. Quien no lo crea, en Estados Unidos van a quedarse muchas vacantes libres próximamente, pueden irse allí (como los de derechas cuando mandan a los comunistas a Cuba xddd).

Para ello, el momento de urgencia nos exige que cojamos la vía rápida. La lenta es la de cambiar el marco conceptual que define al ciudadano-cliente por uno que le permita sentirse representado, a la manera tradicional, con comodidad (y tampoco queremos eso). Debemos empezar a debatir la modificación del significado profundo de «representación política», o «representatividad política», haciendo especial hincapié en el de «representatividad», por supuesto.

Pudiera parecer que conceptualizamos esta «representatividad» con un carácter un tanto antiguo, desfasado, casi religioso-tradicional. El Papa es el representante de la Iglesia en la Tierra, pero ¿Pedro Sánchez es el representante de España? No creo que nadie se sienta a gusto con esa afirmación. Y ya no sólo el presidente, el conjunto de la cámara, ¿de veras representan a alguien en este país? Los votantes de Unidas Podemos que conozco son de izquierdas y no se pasan la vida lamiendo botas; el votante de Vox con el que convivo es una persona con algunas patologías graves pero profundamente generosa. Sin embargo, Alberto Garzón es un comunista de salón que cree que su ministerio de mierda ha servido para algo, y Abascal… en fin, pues ya tiene suficiente con lo suyo. Ninguno de mis conocidos se merece tal representación.

Y volviendo al tema del espectáculo, vivimos una constante representación humorística que parece más propia de un Polònia que de un gobierno elegido democráticamente. ¿Quiénes son estos personajes? ¿Por qué se ríen juntos Pablo y Santi, de ideologías supuestamente enfrentadas (o no tanto…)? Porque son compañeros de trabajo, dicen. Y tienen razón: su cargo no es una responsabilidad social, es un puesto de trabajo, y en eso no se basa la democracia. Parece que hemos olvidado ya incluso su etimología.

Su espectáculo es diario, no nos dejan escapar ni un segundo de la vergüenza ajena que nos producen. El caso más palpable de esta deformación del discurso político serio en una serie de zascas punch lines escritas por guionistas desafortunados es, obviamente, el de Rufián, que me sirve además para hablar del problema del independentismo desde el enfoque del problema de la representatividad. Una causa tan justa, lógica y necesaria como es el independentismo catalán no merece este show de payasería cada vez que ese señor pilla un micro (o un tuit) y un par de objetos random de su casa. ¿Cómo pueden permitir los votantes de ERC que su lucha se convierta en… eso?

Lo de que su causa es justa lo digo porque actualmente, si tu objetivo es la república popular, la única forma de conseguirlo en España es mediante la independencia. Ahora bien, si tu independencia es sólo un opio para las masas, un ideal jamás alcanzado, y por ello épico, encarnizado, entonces lo mejor y más rentable es que te quedes (que es lo que están haciendo). Tampoco tengo claro que un presidente que amenaza con tirarse un pedo en el constitucional sea mi presidente, aunque sin duda es mi representante político anarquista y macarra pop preferido (algo así como vuestro explosivo jorgejavierismo de izquierdas).

Para finalizar, un vistazo atrás: desde el 15M y Democracia Real Ya llevamos transitado un camino en el que la izquierda no ha hecho más que ceder y perder terreno, tanto material como discursivo. Los hijos bastardos del 15M, Podemos & Co., hacen uso indiscriminado de los valores genuinos de izquierda para someterlos a un proceso de transformación tan salvaje que quedan irreconocibles en su significado mientras mantienen su significante intacto. Es decir: se están apropiando de todo lo que de verdad nos importa, de lo que hablamos y en los términos en los que lo hablamos. Si la izquierda de este país, la sincera, la honesta, la de verdad, quiere hacer algo, tiene que pasar obligatoriamente por finiquitar la destrucción podemita.

Soy tan radical porque han demostrado, y seguirán haciéndolo, que son un auténtico fraude: sí, un fraude auténtico, porque hablan como nosotros, pero ni lo son ni nos representan. Su comunicación es casi religiosa en el sentido que decíamos al principio: dicen que no hay nada a su izquierda, que ellos son la única y verdadera izquierda. Habrá que creer.

En fin, de otros partidos, como veis, ni me molesto. Pero creo que ha sido suficiente 🙂

TRC: Teoría Restringida de los Cuerpos

Notas del 3.1.20 encontradas en el cuaderno de viajes MEIN WUNSCH

No hace ni año y medio que sentencié en este mismo soporte la que iba a ser mi castración química.

Por suerte, aún no me había decidido a llevarla a cabo de forma material y permanente, frente a las agujetas del revisionismo constante: cadena perpetua a muerte a quienes entorpezcan el paso a las libidinosas costumbres tradicionales.

Desde que somos civilizados, estamos obligados a firmar un contrato con Eros y Thanatos: demasiada acción será registrada como infracción, infracción continuada será invocada como disidencia. Los disidentes están desterrados, pero no tienen pueblo ni tribu como Israel, y vagan por el desierto hasta que su aliento los mata de sed.

No podemos tolerar ciertas transgresiones porque iríamos en contra de nuestro propio núcleo. Las disidencias que recurran a este tipo especialmente prohibido de transgresión antinuclear serán erradicadas.

La única forma de erradicarlas no pasa precisamente por el destierro, sino por la corrección, la reconstitución, la vuelta a la rectitud base. En estos casos será aplicada nuestra TRC, nuestra Teoría Restringida de los Cuerpos:

A quienes fuesen hayados iracundos en su libido, arrebatados de su fe más primorosa; a quienes se consideren dueños de la Justicia, y se indulten a sí mismos y a los suyos; a quienes cometan atrocidad de gozar demasiado, o de sufrir igualmente sin límite; a quienes amenacen la estructura moral de la civilización; a todo aquel que, por sus mecanismos mentales, perpetúe la hegemonía de los cuerpos; sobre todos ellos caerá con todo su peso la siguiente Ley:

  1. La castración química queda reservada a violadores o pervertidos confesos. Para los entes objeto de nuestra Ley queda anulada cualquier tentativa de uso de dicho procedimiento.
  2. Nos referimos a casos en los que únicamente se presentan las condiciones mentales indicadas en el preludio a la Ley. El uso de la castración química será posible si el sujeto presenta esta, además de otras patologías, más íntimamente relacionadas con el aparato libidinal.
  3. Los afectados por una aplicación involuntaria de TRC descubrirán así que su problema no reside en su libido, sino que se trata mejor de una combinación única entre percepción sobre la belleza y deseo desfasado¹.
  4. Así, el primer paso de la TRC, el más característico que le da incluso su nombre, pasa por aislar al sujeto de todo estímulo correspondiente al objeto deseado, origen del desajuste inicial. Ello se podrá llevar a cabo de la forma más conveniente: mediante simulaciones hiperrealistas, performances ciudadanas donde, por un determinado espacio de tiempo, se fuerza a todos los sujetos enmarcados en la categoría «hombre» a abandonar la zona decretada lo antes posible.
  5. De esta forma, el sujeto patológico aprenderá a convivir con la ausencia de su objeto de deseo, sin que esto implique la pérdida del deseo en sí (razón por la que descartamos la castración química). El sujeto reorientará su deseo o lo suavizará hasta que sea posible mantener una existencia libre de semejante carga.
  6. Pero todo esto no bastaría, pues ¿qué pasará cuando vuelvan los estímulos? Para evitar una más que probable recaída, la repoblación de «hombres» se llevará a cabo de forma gradual y controlada, comenzando por los desplazados considerados una menor amenaza para el sujeto en tratamiento (es decir: aquellos que no entran en los cánones estéticos del sujeto).
  7. En todo caso, no podrá interactuar con ellos, ni mirarlos por demasiado tiempo: un chip recientemente instalado en el córtex del sujeto enfermo de deseo detectará y registrará el tiempo que pase mirando a «hombres» (una AI se encargará de ello). El máximo tiempo permitido al día variará cada jornada, generando una psicosis selectiva que, apoyados en la doctrina conductista, consideramos permitirá al enfermo liberarse de mirar a la categoría-peligro. De esta forma, una vez alcanzado el cupo diario, el chip emitirá potentes descargas eléctricas que recorrerán todo el organismo del enfermo, dejándolo atontado por unos instantes. Cada descarga medrará la voluntad del enfermo al mismo tiempo que también reduce sus posibilidades reproductivas emitiendo un veneno infertilizador. Desde el principio el sujeto será plenamente consciente de lo que debe hacer para evitar el dolor.
  8. Este proceso no admite margen: sólo tras 365 días completos con un cómputo global de 0 segundos mirando «hombres» podrá plantearse la retirada del chip.
  9. Habiendo descrito la faceta punitiva de la Ley, procedemos a describir ahora los procesos recomendados de rehabilitación:
    1. Reeducación en la belleza: mediante avanzadas técnicas neurológicas, todas las referencias estéticas masculinas del enfermo serán borradas. Dejamos al libre albedrío del sujeto la posibilidad de sustituirlas por nuevos referentes no masculinos una vez finalizado el proceso de terapia.
    2. Reeducación en el deseo: la primera oleada de «hombres» devueltos del destierro tendrá la inquebrantable orden de violar sistemáticamente al sujeto, hasta el punto que no deje de vomitar mientras ocurre, y aún mucho después de ello. Incluso tras la entrada de nuevos estímulos, cada vez más amenazadores, esta primera ola seguirá siendo la encargada de reasociar el deseo. Esta labor la llevará a cabo un equipo preparado específicamente para ello: el EID (Equipo de Intervención sobre el Deseo), integrado por «hombres» condenados reincidentes por violación, promoviendo así un doble beneficio social: el Estado se asegura de que los violadores reincidentes tengan un objetivo permanente, eliminando el riesgo así para el resto de la ciudadanía; mientras al mismo tiempo reeduca el deseo de los enfermos.
  10. Si en alguno de los casos cualquier persona relacionada con la Ley, incluso la que está escribiendo esto ahora mismo, debiera ser tratada con motivo del trastorno, ella (la Ley) será aplicada sobre el sujeto con la mayor de las fuerzas. Si en alguno de los casos me hubiese puesto cachondo escribiendo y transcribiendo esto, solicitaré de forma inmediata y sin reparos la aplicación de la TRC sobre mi persona, merecedora de todo lo que conlleve y esperando que así consiga salvarme de este salto al precipicio.

¹ Será desfasado todo deseo cuyo objeto sea «hombre».

Verán arder los templos

Y sacaron los pilares sagrados de la casa de Baal, y los quemaron.

2 Reyes 10:26

Dios no permitiría jamás que los hombres vieran arder sus templos. Por ello, nos quedan apenas dos explicaciones posibles a lo de Notre-Dame: la primera es que Dios nos está dando pistas, ¡debemos abandonar de inmediato los viejos templos! ¡Dios nos exige contemporaneidad! ¡Radical y destructiva contemporaneidad!

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Otra opción es que Dios haya muerto. Ahora, y no cuando lo dijo el alemán violento. Dios ha abandonado su casa y se va con la dignidad de un suicida.

Por paradójica que resulte (y si a algo nos enseña la Biblia es a asumir las paradojas por disparatadas que estas puedan parecerle al insignificante aparato humano), es esta una llamada al rezo: puestos los ojos, de nuevo, sobre Dios, ¿por qué no aprender a rezarle? Si no se rezaba igual en la Prehistoria (en que se rezaba, por supuesto) que en la Edad Media, ¿por qué ha de mantenerse una estructura del rezo tan arcaica como la repetición de mantras sonoros? El rezo contemporáneo suena a caja registradora, a desdoblamiento de billete y a bolsa de plástico. ¡Bienaventurados los que entienden que no se reza a dioses nuevos, sino que tan solo se aprende a rezar nuevo a los dioses viejos! ¡Bienaventurados porque ellos serán los mártires, la vanguardia que va no a matar si no al encuentro de la muerte misma!

Y no es que me alegre. Pero es que… ¡hay que ser absolutamente modernos, joder! Lo dijo vuestro profeta poeta, no el nuestro, tampoco el alemán, ni el inglés, ni ningún otro del chiste. Y si Notre-Dame es un símbolo del Antiguo Régimen (hasta hoy conocido como Nuevo Régimen), ha de ser destruido. De hecho, no sólo eso. ¡Notre-Dame ha de actualizarse, como un software informático, como una app! El lugar que deje Notre-Dame (si le dejan, al menos, dejar hueco, y no mitifican también los ignorantes los restos: la eutanasia de los monumentos) es perfecto para uno de nuestros templos modernos: la ubicación pide a gritos una enorme, magna y blanca Apple Store.

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Todos, absolutamente todos los grandes cambios en los paradigmas culturales de lo humano han sido mediatizados a través de la destrucción de sus símbolos, muchos de ellos erigidos en forma de templos. Así, el incendio de Notre-Dame supone un acontecimiento claramente definitorio no sólo por el valor monumental del edificio, sino, y creo que sobre todo, por su ubicación geopolítica.

Firma esta petición en Change.org para solicitar al Council of the European Union que los restos de la catedral de Notre-Dame sean destruidos y en su lugar se erija una Apple Store 👉🏾 http://chng.it/rCV8thStx2

Los cristianos primitivos destruyeron los templos de los paganos allá donde estos eran capitales, introduciendo al hombre en su época más oscura, modificando el tempo, el timbre, la afinación del ser humano. Después vinieron los futuristas, los dadaístas, los fascistas: no hubo nada en medio. Así, siendo Grecia y el Imperio Romano las capitales del pasado, acogieron en sí la transformación del momento: ¡fueron contemporáneas! Fueron destruidas.

La Revolución Francesa dio paso a la Modernidad, a quien aún algunos perezosos se aferran con vehemencia. Donde empezó, ha de terminar. Donde terminó, ha de empezar. De los golpes más duros del llamado terrorismo islámico a Occidente, aquel en París fue tremendo, una versión a escala, actualizada, de las Torres Gemelas. Francia: siempre dirigiendo los caminos de la cultura europea, también cuando a esta no le quedan más destinos que la exterminación.

Allí, permanecerán las cenizas del enfermo, pero el humo, como el del volcán islandés en una sociedad hiperconectada, el humo llegará a todas partes. Me parece ver un poco… un poco en Barcelona. Hoy, por primera vez en mi trabajo, han pasado por delante de la tienda hasta 3 coches de bomberos.

Ahora lo entiendo: los creyentes querían salvar Notre-Dame, los creyentes querían seguir perpetuando la antigüedad, los creyentes querían seguir creyendo… gratis. ¡Insolentes obreros! ¡Malditas sean vuestras consignas reaccionarias y conservadoras! Sin vuestra conversión no habrá Dios, no habrá fe, no habrá hombre.

 

 

CLIMA eXtremo

CLIMAX supone un paso de gigante en la historia del cine, ni siquiera necesariamente hacia delante, quizá ni siquiera en una sola dirección: como buen artefacto terrorista posmoderno, dispara su metralla en todas direcciones, de radial a rizomático, acabando incluso con el espectro que lo acoge.

Gaspar Noé vuelve a una técnica aparentemente convecional -2D sin más adjetivos escandalosos-, pero tras haber transitado por los caminos del 3D con Love o de la cámara subjetiva y sin solución de continuidad (plano secuencia) con Enter the void. Sólo después de haber elaborado recetas más o menos exitosas con dichas técnicas puede ahora enfrentarse a una puesta en escena de técnica estándar y que alcance tal nivel de sensorialidad. No se había conseguido con el 3D, no se había conseguido con los planos secuencia en primera persona, se ha conseguido con CLIMAX.

Para mí, más que cine se trata de un espectáculo de danza ampliado, tecnológicamente superior y narrativamente subversivo. Mientras la mayoría de nosotros moriremos sin haber podido nunca disfrutar de ese espectáculo total que dicen que es la ópera, física, sobre un escenario igual de palpable, Noé regala al mundo entero, en forma de producto masivo de reproducibilidad infinita, la que sin duda es una de las coreografías más antropológicamente fascinantes de la contemporaneidad -el voguing es el triunfo superior de la parodia como generador de identidades-. Y no sólo la documenta, sino que la filma de tal forma que es sólo posible de ver a través de un ojo mecánico. Godard dijo adiós al lenguaje, Noé dice adiós al ojo humano. 

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máquina de La Région centrale (Michael Snow)

Todo en CLIMAX es minucioso, preciso y precioso, ajustado, meditado y pensado al detalle, características convencionalmente asociadas a un trabajo artesano a pequeña escala, como podría ser la joyería, pero llevadas aquí a un tamaño monumental, a una obra cuyo peso hará que se hunda la tierra, que se doble sobre sí misma, y vomite toda su humanidad tóxica. Cada uno de los outfits es insuperable, el maquillaje, la música por supuesto, la banda de sonido -siempre activa, nunca silencio, siempre ruido, conversación de fondo-, cada movimiento de cámara ubicado en el momento idóneo, ni un solo recurso usado vagamente, o fuera de contexto, o simplemente sobrante. La estructura clásica, con prólogo y epílogo, los cortes, los colores y las luces, y las cosas que brillan y las que dan sombra, y cada gesto de cada intérprete…

Uno puede pensar, en un principio, que hay unos determinados números de baile, pero lo cierto es que o todo es danza o nada lo es en CLIMAX. Cuando hablan, se tocan, se empujan, se acercan y se alejan, caminan, beben… en todo momento están bailando. Y cuando bailan, es entonces cuando más hablan, más se tocan, más se empujan, se acercan y se alejan, más caminan, más beben, más se dirigen programáticamente hacia la autodestrucción jubilosa, como dirían nuestros amigos de Tiqqun -también franceses- con respecto al hedonismo extremo imperante en toda rave. Porque, ante todo, eso es CLIMAX, una rave de todos los elementos que parecen estorbar a la contemporaneidad para ser un tiempo limpio, como antaño, y no lleno de imposibilidades sociológicas y fórmulas económicas dementes.

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Busby Berkeley

CLIMAX es documental, biopic y recreación, es cine fantástico, es videoarte, videodanza y videoperformance, es película de terror y es drama, es humor negro y de acción, es autoral, es un film de arte y ensayo, es todos los géneros cinematográficos y no cinematográficos, pues la experiencia que produce su visionado va mucho más allá de aquello que siempre se ha entendido como… cine.

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CLIMAX

Pero además de todo lo sensorial, emocional y esteta que pueda ser CLIMAX, contiene potentísimos discursos sobre temas de más o menos actualidad, pero siempre polémicos; siempre, por tanto, interesantes. Sin posicionarse, sin forzar una identificación del espectador con un protagonista -al ser magistralmente coral y no haber ninguno-, Gaspar Noé se permite el lujo que es hoy ser políticamente incorrecto, sin serlo realmente. Identificar al realizador con alguna de las opiniones vertidas en la película sería infantil y estúpido, y es sin duda el motivo que lleva a muchos a alejarse del cine de este genio vivo. Ellxs se lo pierden.

La erotización de la violación -ya presente en Irreversible-, el aborto -«vivir es una oportunidad única», para luego añadir que está bien tener la opción, para que finalmente todo dé igual y sea terrible 🙆🏾-, la masculinidad y la virilidad, el nacionalismo -en la bandera francesa, telón de fondo permanente están, de forma explícita, el resto de banderas: yo veo la española, como en el desfile de Ágatha, presidiendo una reunión de edgies y malditos, una suerte de talentosos Freaks-, la aconfesionalidad y la religión de Estado… Todo asuntos candentes, irresolubles, caminos siempre abiertos a un nuevo tránsito, a una nueva comprensión. Cualquiera que esté interesado en elaborar metodologías de convivencia en la diversidad debería ver esta película. Al menos una vez al mes. Todos deberíamos hacerlo. Como Prada Marfa en Texas, construiría un cine en mitad de los Monegros en el que se proyectase CLIMAX 24/7. 365.

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28 Fancine. Dïa 2: el extraperlo

One Cut of the Dead

El terrible hype que la pareja cineasiática se encargó de crear antes de cada proyección que tenían el descaro de presentar, sumado a aquel molesto incidente con el personal de la sala*, hicieron que para mí este pase empezase siendo una verdadera pesadilla.

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Sin embargo, es cierto que la película es tan excesivamente divertida que consiguió cambiarme el mood más o menos pasado el ecuador del metraje. Aun con todo, admito que empiezo a estar bastante cansado de ese rollito metacine que no es más que meta-industria-del cine, queriendo ocupar un lugar antes reservado para el ensayo y ahora monopolizado por un banal suceso cinematográfico.

No es metacine, es cine sobre el show business. Puro entretenimiento –lo cual es en absoluto un mal carácter-.

*Por favor, ¿qué amante del cine –ya no sé por qué presupongo que la gerencia del Cine Albéniz está en esta categoría- permitiría entrar a la sala 20 minutos después de haber empezado la proyección? Pues no sólo lo permiten sino que, además, mantienen el derecho a ocupar el asiento asignado. Esto es: llega cuando te dé la gana al cine, que podrás levantar a media sala si es necesario porque tú, cliente, eres lo primero para nosotros. Luego está… ¡eso! ¡El cine!

Mandy

Creo que hay pocos intérpretes que, a su edad y con su trayectoria, hayan sabido entender tan bien su nuevo sitio como efectivamente lo ha hecho Nicolas Cage. Sabe que es un guilty pleasure –de los más culpables de los que admito ser pecador y reincidente- y explota esa faceta, protagonizando películas que deberían ser malas pero que ya ni lo parecen por culpa de una visualidad maravillosa como esta de Panos Cosmatos.

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Una narrativa rica en lenguaje de videojuegos y conducida por un leitmotiv tan universal como la venganza: así nada puede salir mal. La película es capaz de entretener, sobrecoger, asombrar y divertir a un espectador que se revuelca en la butaca de puro goce. La imagen no pierde potencia en un solo fotograma del metraje y la música de Jóhann Jóhannsson –aparentemente fallecido según los créditos finales- termina de convertir el visionado en una experiencia más que agradable.

Mandy recoge sin complejos todas sus influencias de estéticas gothic kitsch y las envuelve con una renovada y pulcra estética cinematográfica al alcance de cualquiera. Un acierto.

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Me quedé sin entrada para la de von Trier así que eso fue todo. Saber que la sala 1 del Albéniz estuvo abarrotada aquella noche complace aun siendo yo uno de los desgraciados que se quedó fuera. En otra nueva broma de los dioses, compré 2 entradas para la proyección del día siguiente, que finalmente no conseguí encasquetar a nadie. Una pena.

28 Fancine. Dïa 1: je suis un monstre

Les Fauves

El evidentemente fallido resultado de intentar hacer una película rara sin serlo en absoluto.

les fauves
esta cara durante toda la película lolxd

Con una planísima y rancia Lily-Rose Melody Depp -hija de Johnny Depp- como protagonista, en el que seguramente sea su primer trabajo cinematográfico de peso -y esperemos que también sea el último-, la película intenta emular torpemente obras maestras vistas también en el Fancine como It Follows, pero sin un atisbo del magistral control de la tensión y el suspense de esta.

Le hubiese valido infinitamente más resignarse a ser lo que en realidad es: otra película de terror de adolescentes que, con el debido tratamiento, podría haber encontrado su hueco en el circuito comercial más o menos alternativo –ese cine de en medio francés que tanto le gusta programar a nuestro querido Cine Albéniz-.

Monstrum

“Monstrum” de “mostrar”, no de “monstruo”. Una descarada pornografía de la imagen que repele a todo el que tenga un mínimo aprecio por el cine como algo más que un medio de expresión complementario.

monstrum
exacto: no os voy a enseñar al «monstruo»

Todo son fallas: el uso indiscriminado e incoherente de determinados recursos audiovisuales, de los que me escuece especialmente ese recurrir desesperado al fundido a negro cuando la limitada mente del creador de este monstruo fílmico no da para más –que, para nuestra desgracia, es bastante a menudo-, es sólo una de ellas.

Los personajes, poco más que un esbozo de prototipos ligeros sin desarrollar, presentes todo el tiempo sin parar de hablar, con diálogos reiterativos e innecesarios. Y para terminar de encarecer tal baratija de película, la ambientación histórica intenta justificar todos los posibles errores, por el contrario, remarcándolos.

Por último, lo que más me molestó de todo fue que, puestos a mostrar al monstruo –cuya presencia a través de la función evocadora del lenguaje ya era suficiente-, este fuera tan absolutamente mediocre, sin más habilidad especial que ser eso, simplemente un monstruo. Soy un monstruo: mato gente, a veces razono como los humanos LOL, pero luego muerdo cabezas porque sí. NEXT.

Estoy convencido de que esta película irá bien en la parrilla de lo que sea la cadena de televisión correspondiente a nuestra Antena 3 en Corea del Sur: recomiendo programarla los fines de semana por la tarde, en la sobremesa. Éxito asegurado.

Muere, monstruo, muere

Una cinta compleja, laberíntica en su discurso y estructura, entumecedora. Embiste a cada rato sin reposo. Y tú resistes los golpes porque ahora, gracias a Alejandro Fadel, también te gusta el dolor, también te identificas con según qué parafilias. David Lynch meets psicoanálisis.

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Frida dónde estás que no te veo Æ

Es difícil hablar de Muere, monstruo, muere, pues todo lo dicho es susceptible de ser revisado por otras perspectivas y otros visionados –aunque viene con el sello imborrable de haber pasado por el Un certain regard de Cannes-. Y por ello, como toda buena película, es un viaje: un viaje que no sólo dura el tiempo de visionado, sino que permanece varias jornadas en el fuero interno. A uno se le ocurren mil explicaciones y siempre mil y un preguntas, lo cual es fascinante.

Tras el pase contamos con la presencia de una de las productoras de la película, que en una mezcla mortal entre italiano, inglés, español y quién sabe qué más idiomas, vino a decir que no tenía mucho fuste intentar encontrarle un sentido concreto al filme, sino que era más productivo planteárselo como un acercamiento al universo personal del director, invitando a perderse en él y, sobre todo, a disfrutar del trance.

 

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fotograma de mi pieza ‘BAD GYAL – D WAY U DO ME versus LAKIKIOSS’

 

Y aún más: la cinta consigue pasar por entre el etiquetado moral, como serpenteando, rozando y acariciando los cuerpos calientes sin llegar a pararse en ninguno de ellos. Por un momento temí poder llegar a clasificar la película como feminista, pero la secuencia final obliga a dejar atrás toda tentativa definitoria.

El tratamiento, a veces tan cercano ya al videoarte más figurativo, es tan delicado, milimétrico y poético que a uno le gustaría pertenecer a eso, aunque eso sea terrible, y loco. Loco, como esa locura rural en Volver de Almodóvar; loco como esa locura surrealista en Mulholland Drive de Lynch; loco como esa locura normalizada por la profunda tradición psicoanalista de Argentina.

Rematar a Federico

La Petenera, Federico García Lorca‘, una obra de Castro Romero Flamenco & Compañía Suite Española presentada el domingo 28 de octubre a las 19h, dentro del Ciclo de Danza 2018 del Teatro Cervantes (Málaga). 

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Toda la primitiva emoción de entrar y ver lleno un teatro demasiadas veces famélico se ha esfumado transcurridos los primeros minutos del espectáculo, marcados por fallos técnicos tan imperdonables a una compañía profesional como a una amateur; es decir: básicos.

Además del predominio del descompás en absolutamente todas las coreografías grupales, otros tantos elementos -he llegado a ver a uno de los bailaores haciendo indicaciones a otro durante una escena- dan a pensar que no se han llevado a cabo los suficientes ensayos generales, en cuyo caso uno se pregunta qué tipo de aficionados presenta el teatro municipal como profesionales. La otra posibilidad es que hayan ensayado lo suficiente, entonces el problema es mayor: son malos y no deberían dedicarse a esto.

Aunque dentro de lo malo sobresale, con méritos, lo peor: el sonido. Una música pregrabada con ese sonido metalizado de tan baja calidad, que uno sueña que termine cuando aparece la música en directo, pero el estupor es inconmensurable cuando esta suena aún peor que la pregrabada. Una mezcla de sonido con un volumen elevado que convierte la escena en una batalla entre las fuentes de sonido: de repente un instrumento se escucha más fuerte que otro, luego otro, luego la voz, todos peleándose. Y no se pueden dejar pasar los flagrantes fallos técnicos del principio del espectáculo, en que el micrófono del narrador quedó abierto durante minutos después de que hubiese abandonado el escenario, llegando a albergar una sonora tos, infiltrada en una escena que debía ser dramática, y termina siéndolo, aunque en otros términos. Esa microfonada voz del narrador, por otra parte, elimina, impulso eléctrico mediante, toda posible aparición del duende en escena.

La voz del cantaor se encuentra en ese registro que tantas veces sirve de frontera natural entre el flamenco y el popularmente denominado flamenquito: aguda y a ratos gangosa, la mediocridad todo lo puede, y su ignorancia lo envalentona para interpretar el ‘Pequeño vals vienés’ de Morente, en un acto de explícito menosprecio a la herencia musical de este valioso patrimonio inmaterial.

Cuando llega la parte del montaje en que todo se convierte en un cuadro flamenco convencional, no queda otra que entender que todo lo anterior ha sido una trampa, o directamente un timo, una máscara descarada y sinvergüenza para hacer pasar por espectáculo integral lo que no es más que eso: un cuadro flamenco convencional. Así se puede comprender la desgana con la que discurre toda la primera parte, en clara contraposición a la segunda, en que la totalidad de los bailaores demuestran tener control sobre lo que están haciendo sobre el escenario, algo que se echó bastante en falta durante los primeros 30 minutos.

Este cuadro, un megamix de grandes hits del flamenco, con bulerías de Cádiz, una saeta, letrillas tan memorables como la del sereno o el legendario ‘Dicen de mí’ de Camarón: eso es realmente este espectáculo, y no Lorca ni su muerta petenera.

Y es que no deja de resultar irritante todo este chabacano aprovechamiento de todo lo más comercial de un Federico García Lorca al fin reconocido como genio universal. Nada queda aquí del alma del artista, empaquetado y plastificado al vacío como un anodino musical de Broadway, con su correspondiente apariencia artificial pero sin su profesionalidad y su profundísimo conocimiento del espectáculo.

Capítulo aparte merecería el comentario relativo a la iluminación, puesta en escena y vestuario. Sólo diré una cosa: máscaras venecianas de baratillo. ¿Por qué? Nadie lo sabe. ¡A nadie parece importarle!

Pero no podemos olvidarnos de él: el bailaor que lo hizo todo mal, desde el principio hasta el final. Dejando a un lado un generalizado despiste y una apariencia permanente de estar fuera de contexto, y por nombrar sólo tres momentos, a mi parecer muy representativos: el primero mientras el cuerpo de baile al completo avanzaba a través del patio de butacas hasta el escenario, él sonreía luminosamente mientras sus compañeros miraban tristes el suelo; luego cuando coloca una mesa sin desplegar sus patas y esta, evidentemente, se cae; y por último, cuando decide en un arrebato de improvisación seguro magistral a su juicio, mientras se canta una saeta a capela, momento siempre íntimo, solemne, espiritual -y da hasta pudor tener que explicar esto-, él decide, en segundo plano, besar a su compañera apasionadamente, rompiendo toda la atmósfera circundante. Pero da igual, hablar de esto es fútil cuando, sencillamente, un bailaor no se sabe las coreografías del espectáculo que presenta en un teatro lleno.

El aplauso unánime del público me sirve para reflexionar acerca de cuán lejos estamos de un verdadero acercamiento de la cultura a la masa y cuán cerca de esa democratización -eufemismo siempre de mercantilización- alienante.

En un hipotético Estado cultural, este tipo de eventos serían constituyentes de delito, contra la salud cultural general del pueblo, quizá, o contra los grandes maestros, también. Admito que, durante la representación, he llegado a fantasear con unos agentes de policía personándose a la salida del teatro, preparados para arrestar a los culpables de este tristemente normalizado sacrificio, inútil además de mal ejecutado.

En definitiva, si bien se han presentado ideas que, a priori, podrían ser interesantes -tanto en términos de danza como de puesta en escena-, estas quedan enterradas bajo gruesas capas de hediondos recursos sobreexplotados, incoherentes e inconexos -introducir transiciones no es relacionar, querido director-, apabullantemente faltos de toda lógica.

Bonus track

Para más inri, nuestro rico tejido local nos nutre de personajes que uno se imagina que llevan sin salir de casa 100 años, o que no han pisado en su vida un teatro. En esas, un caballero sentado en la fila de atrás ha llegado a amenazar a quien, razonablemente, le indicaba constantemente que guardase silencio -una señora de otra fila más atrás-. Mientras, su pareja lo defendía ante el entorno enfurecido argumentando que lo habían alterado, a lo que seguían susurros al oído del miserable para que se callase y se comportase. Con amenazas me refiero, ojo, a amenazas literales: «cuando salga le voy a partir la cara».

Me he quedado con ganas de decirle a ella: cuando te pegue, porque lo hará, si no lo ha hecho ya, espero que al menos no te sorprenda. Así que hoy he descubierto que también se puede detectar a un maltratador sólo por su comportamiento en un teatro. Cómo son los agresores, qué transparentes, qué simples, qué básicos, qué terribles.

Los raros sois vosotros

Al día siguiente de que se celebren guateques en los sótanos de centros de salud andaluces conmemorando el levantamiento fascista del 18 de julio, la otra Málaga, la que la quiere de verdad y la quiere bien, se echa a la calle para arropar a La Invisible, justa confluencia de todos los movimientos locales de mayor urgencia, especialmente ese #MálagaNoSeVende tan peligrosamente necesario. Con una intervención escénica, previa a la puesta en marcha de la manifestación propiamente dicha, de una efectividad y una calidad discursiva memorables, las superheroínas invisibles supieron dejar claro lo que representa La Invi para la ciudad, y lo hicieron sin necesidad de ponerse demasiado solemnes o serias, lo hicieron simplemente siendo maravillosas desde los balcones de un espacio, para muchas, igual de maravilloso

Cuando llegué a Málaga, hace 6 años, llegué a una Málaga con La Invisible, que venía en el pack y la definía. Fue uno de los primeros lugares que más frecuenté, antes de adentrarme en el espesísimo tejido cultural local, absolutamente deslumbrante y sorprendente, dadas las condiciones. La Invi estaba antes que el Ruso, antes que el Pompidou… ¿Por qué es necesaria ahora esta vehemencia contra un centro social autogestionado que también ha colocado a la ciudad en el mapa, de muchas y muy diversas maneras además? ¿Por qué este juego de amenazas e intimidaciones? ¿Por qué recurrir al ya tan impopular -demos gracias a la PAH- desalojo?

Si el Consistorio aludiera al menos que tiene un proyecto para el edificio que pretende desalojar -efectivamente, para ellos es solamente una parcela edificada, sus apretadas mentes neoliberales no les dejan concebir la casa como un espacio motor-, la cosa sería menos desagradable, menos vergonzosa, menos patética. Si nuestro alcalde por obra y gracia de Dios, viva imagen del caciquismo más salvaje adaptado a los tiempos modernos, al menos preguntara a esa ciudadanía a la que dice representar, pero a la que sólo se encarama puerilmente; si la cultura en esta ciudad fuese algo que compete a las personas que la llevan adelante, entonces podríamos entonar orgullosos un mismo canto por esta ciudad que nos ha sido regalada como el paraíso.

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Contamos con las herramientas, con los materiales, incluso contamos con algo valiosísimo: la Historia. Los errores pasados de otros, cuyas consecuencias pueden observarse bajo la luz del presente, deberían servirnos de trampolín para construir, juntas, una ciudad que sea de todas y para todas. Pero el ludópata neoliberal olvida, tiene poca memoria, y no se acuerda de Valencia, ni de Madrid, ni de Barcelona, por supuesto. Y mientras, en Madrid la implantación de los presupuestos participativos, y en Barcelona la regulación de los pisos de alquiler turístico. Y aquí… la ceguera. Nuestros dirigentes acostumbran más a parchear, a «solucionar» a posteriori algo que podría haberse evitado de haber contado con una oreja puesta en la calle.

Estos ejemplos negativos también nos han enseñado que no se trata de un modelo de ciudad sostenible, que todo acabará cayendo por su propio peso cuando una ciudad sin habitantes implosione estrepitosamente, llevándose consigo todo lo creado con tanto amor, tanto orgullo y tanto esfuerzo.

Además, estoy cansado, estoy cansado de que a nosotros se nos diga «los raros»: ¡los raros sois vosotros! Lo raro es querer una ciudad-escaparate en la que las personas no puedan habitar, lo raro es legislar en cultura a golpe de decreto y de despacho, lo raro es no ser capaz de entender el presente como una oportunidad perfecta para destacar mundialmente, lo raro es ofenderse por una exposición, lo raro es no sentir la náusea cuando se pretenden destruir 11 años de aportación inestimable a la vida de la ciudad, ¡lo raro es no echarse a la calle y gritar #lainvisequeda! 

 

Kiko Izquierdo

 

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Mirador Princess: ver y ser vistos

[Esta es la edición íntegra del texto publicado en julio de 2018 en el número especial en papel de la revista ‘Álbum’ dedicado a Málaga]

La Noria Mirador Princess aterrizó como un ovni en el Muelle Heredia a finales del verano de 2015, nos dijeron que de forma temporal. Pero parece que ha venido para quedarse: la nueva concesión permite que se mantenga hasta junio de 2018, aunque la empresa se plantea presentar el proyecto de la instalación de una noria definitiva. Esta noria, que incluso ha modificado el skyline de la ciudad, se puede entender como el símbolo de este nuevo modelo híbrido de ciudad-turismo que se está construyendo desde algunos sectores. En la noria puedes ver, aunque también ser visto. Algunos dicen que, en su máxima altura, uno es capaz de vislumbrar el futuro de Málaga, que en la actualidad ve, pero, sobre todo, es vista por el mundo entero.

Para Málaga, todo es temporal hasta que deja de serlo.

Convivimos a diario con nuevos espacios que terminamos incluyendo en nuestras coordenadas habituales. Así, arañamos parte del Pompidou a los franceses y algo de arte ruso a San Petersburgo, ¡menuda osadía! -o no-. En la mega campaña de marketing que ha convertido nuestra ciudad en la gran lumbreras de la Europa contemporánea nada suele ser por casualidad.

Satisface levemente pensar que la hinchazón de la burbuja -de cualquier burbuja, de hecho- amplía no sólo el espacio por ella contenido, sino también sus límites, sus márgenes, quedando inscritos, al menos en la periferia de la razón, aquellos terrenos antaño absolutamente expulsados del campo de visión. Se multiplican los espacios, los discursos y los agentes discursivos, y todos sus antis y contras, y aunque el desarrollo general no deja de ser concéntricamente explosivo, ciertas ramificaciones mutan, desplegándose de forma rizomática hacia un nuevo horizonte de luz.

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Mirador Princess recorre a diario, en su circuito cíclico y por momentos estúpido, las conciencias de aquellos que quisieron que fuésemos vistos por millones de ojos, aquellos que apostaron por la creación de una marca moderna para éste rincón que decían acusaba falta de identidad por ser portuaria su naturaleza. Sin embargo, a cada giro de noria surge intangible la eterna duda del huevo o la gallina.

Ajenos a cualquier dictamen científico viven los malagueños que certifican que, llegados a este punto de amasijo cultural, fue primero el huevo y después la noria. Un huevo ovalado, de redondez imperfecta, que se fue conformando década a década, nombre a nombre, con impulsos necesarios y efectivos, que para nada giraban vilmente sobre sí y que construyeron los radios sobre los que hoy giran los aceros de este aparato puerilmente simbólico. A la ciudad con noria y museos le preceden giros completos de gusto, de ganas, de necesidad de anclaje y de identidades que hoy peligran de ser asaltadas por patrocinios y franquicias. Anclajes que echaron cientos de personas que evitaban a toda costa la huida de esta mal llamada ciudad a otras bien llamadas centrales.

¿Acaso no es cada una de las cabinas de Mirador Princess una parte de cada cual que haya hecho de esta pequeña sociedad una inmensa rueda giratoria? La noria, si por afán representativo girase, debería hacerlo en nombre de aquellos que se fueron, de los que se quedaron, de los que se fueron y volvieron, y también de los que no; aquellos que siguen desde sus exilios centrales sirviendo de sujeción a los radios de esta ruleta incandescente y luminosa llamada Málaga, en cuya morfología no cesa la mutación.

Si fuese sólo apariencia, qué fácil sería subir a uno de esos cacharros y girar por un cielo casi siempre despejado para volver a bajar a un suelo siempre sucio de pisadas errantes. Qué fácil sería identificar el concepto de ciudad al de artificio de acero y neón siempre a punto para cualquier postal contemporánea.

Aunque puede que no esté ahí la clave, sino en dejar -o no- huella. Para hacer un símil gráfico y un tanto macabro, podemos entender la siempre presente Barcelona como el suelo de un campo de cultivo: vivo, fértil, abonado, maleable y en constante transformación. Por el contrario, Málaga a veces parece que prefiere ser el sintético pavimento de unas cabinas de striptease o de las ya obsoletas y casi románticas salas de visionado de productos audiovisuales pornográficos. Alguien viene, evidentemente de paso, goza sometiendo con la mirada aquello que es mirado -y que por ello es motivo de placer-, ocurre el fenómeno masturbatorio y tras el orgasmo se marcha, dejando tras de sí un suelo pegajoso.

Pero lo esencial reside justamente en lo que ocurre después: el encargado de limpieza de turno se dirige a la cabina susodicha con un único fin: arrasar con todo indicio de presencia anterior. Aquí no ha pasado nada. De la misma forma discurre actualmente el turismo por Málaga, sin dejar -quizá sin poder hacerlo siquiera- huella. Los visitantes recorren, con la vista más pendiente de su predecesor en el cortejo que del contexto, un centro histórico que es casi un itinerario de sentido único. Y luego se marchan. «[…], nada más. Y basta». En uno de los muchos versos de grandes poetas impresos en calles del barrio céntrico se ha borrado el «Ser» en esta cita de Jorge Guillén. Pues eso.

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Definitivamente Mirador Princess, como todo, algún día dejará de girar en el puerto. Sin duda lo necesitan los que aman a Málaga con sus miserias precoloniales, aquellas que no codificaban la cultura bajo rutas con espeto y paseo en barca por un muelle inexistente; los que se jartaron de pasearla por ahí cuando en lugar de neón había iniciativas, los que no se anclaron a otros suelos, temerosos de que el ancla sólo les hiciera girar en círculos.

Los que la amamos. Los que bajo este dogma del amor / odio que nos produce nuestra ciudad siempre estamos celebrando su nuevo sitio con un vino y preocupándonos con otro por el legado que la Málaga Cultural va a dejar a los futuros pasajeros de esta enorme atracción turística que no cesa de dar vueltas sobre sí misma.

 

Texto: KIKO IZQUIERDO & JESÚS GALEOTE

Fotos: KIKO IZQUIERDO