Les Fauves
El evidentemente fallido resultado de intentar hacer una película rara sin serlo en absoluto.

Con una planísima y rancia Lily-Rose Melody Depp -hija de Johnny Depp- como protagonista, en el que seguramente sea su primer trabajo cinematográfico de peso -y esperemos que también sea el último-, la película intenta emular torpemente obras maestras vistas también en el Fancine como It Follows, pero sin un atisbo del magistral control de la tensión y el suspense de esta.
Le hubiese valido infinitamente más resignarse a ser lo que en realidad es: otra película de terror de adolescentes que, con el debido tratamiento, podría haber encontrado su hueco en el circuito comercial más o menos alternativo –ese cine de en medio francés que tanto le gusta programar a nuestro querido Cine Albéniz-.
Monstrum
“Monstrum” de “mostrar”, no de “monstruo”. Una descarada pornografía de la imagen que repele a todo el que tenga un mínimo aprecio por el cine como algo más que un medio de expresión complementario.

Todo son fallas: el uso indiscriminado e incoherente de determinados recursos audiovisuales, de los que me escuece especialmente ese recurrir desesperado al fundido a negro cuando la limitada mente del creador de este monstruo fílmico no da para más –que, para nuestra desgracia, es bastante a menudo-, es sólo una de ellas.
Los personajes, poco más que un esbozo de prototipos ligeros sin desarrollar, presentes todo el tiempo sin parar de hablar, con diálogos reiterativos e innecesarios. Y para terminar de encarecer tal baratija de película, la ambientación histórica intenta justificar todos los posibles errores, por el contrario, remarcándolos.
Por último, lo que más me molestó de todo fue que, puestos a mostrar al monstruo –cuya presencia a través de la función evocadora del lenguaje ya era suficiente-, este fuera tan absolutamente mediocre, sin más habilidad especial que ser eso, simplemente un monstruo. Soy un monstruo: mato gente, a veces razono como los humanos LOL, pero luego muerdo cabezas porque sí. NEXT.
Estoy convencido de que esta película irá bien en la parrilla de lo que sea la cadena de televisión correspondiente a nuestra Antena 3 en Corea del Sur: recomiendo programarla los fines de semana por la tarde, en la sobremesa. Éxito asegurado.
Muere, monstruo, muere
Una cinta compleja, laberíntica en su discurso y estructura, entumecedora. Embiste a cada rato sin reposo. Y tú resistes los golpes porque ahora, gracias a Alejandro Fadel, también te gusta el dolor, también te identificas con según qué parafilias. David Lynch meets psicoanálisis.

Es difícil hablar de Muere, monstruo, muere, pues todo lo dicho es susceptible de ser revisado por otras perspectivas y otros visionados –aunque viene con el sello imborrable de haber pasado por el Un certain regard de Cannes-. Y por ello, como toda buena película, es un viaje: un viaje que no sólo dura el tiempo de visionado, sino que permanece varias jornadas en el fuero interno. A uno se le ocurren mil explicaciones y siempre mil y un preguntas, lo cual es fascinante.
Tras el pase contamos con la presencia de una de las productoras de la película, que en una mezcla mortal entre italiano, inglés, español y quién sabe qué más idiomas, vino a decir que no tenía mucho fuste intentar encontrarle un sentido concreto al filme, sino que era más productivo planteárselo como un acercamiento al universo personal del director, invitando a perderse en él y, sobre todo, a disfrutar del trance.

Y aún más: la cinta consigue pasar por entre el etiquetado moral, como serpenteando, rozando y acariciando los cuerpos calientes sin llegar a pararse en ninguno de ellos. Por un momento temí poder llegar a clasificar la película como feminista, pero la secuencia final obliga a dejar atrás toda tentativa definitoria.
El tratamiento, a veces tan cercano ya al videoarte más figurativo, es tan delicado, milimétrico y poético que a uno le gustaría pertenecer a eso, aunque eso sea terrible, y loco. Loco, como esa locura rural en Volver de Almodóvar; loco como esa locura surrealista en Mulholland Drive de Lynch; loco como esa locura normalizada por la profunda tradición psicoanalista de Argentina.