CLIMAX supone un paso de gigante en la historia del cine, ni siquiera necesariamente hacia delante, quizá ni siquiera en una sola dirección: como buen artefacto terrorista posmoderno, dispara su metralla en todas direcciones, de radial a rizomático, acabando incluso con el espectro que lo acoge.
Gaspar Noé vuelve a una técnica aparentemente convecional -2D sin más adjetivos escandalosos-, pero tras haber transitado por los caminos del 3D con Love o de la cámara subjetiva y sin solución de continuidad (plano secuencia) con Enter the void. Sólo después de haber elaborado recetas más o menos exitosas con dichas técnicas puede ahora enfrentarse a una puesta en escena de técnica estándar y que alcance tal nivel de sensorialidad. No se había conseguido con el 3D, no se había conseguido con los planos secuencia en primera persona, se ha conseguido con CLIMAX.
Para mí, más que cine se trata de un espectáculo de danza ampliado, tecnológicamente superior y narrativamente subversivo. Mientras la mayoría de nosotros moriremos sin haber podido nunca disfrutar de ese espectáculo total que dicen que es la ópera, física, sobre un escenario igual de palpable, Noé regala al mundo entero, en forma de producto masivo de reproducibilidad infinita, la que sin duda es una de las coreografías más antropológicamente fascinantes de la contemporaneidad -el voguing es el triunfo superior de la parodia como generador de identidades-. Y no sólo la documenta, sino que la filma de tal forma que es sólo posible de ver a través de un ojo mecánico. Godard dijo adiós al lenguaje, Noé dice adiós al ojo humano.
Todo en CLIMAX es minucioso, preciso y precioso, ajustado, meditado y pensado al detalle, características convencionalmente asociadas a un trabajo artesano a pequeña escala, como podría ser la joyería, pero llevadas aquí a un tamaño monumental, a una obra cuyo peso hará que se hunda la tierra, que se doble sobre sí misma, y vomite toda su humanidad tóxica. Cada uno de los outfits es insuperable, el maquillaje, la música por supuesto, la banda de sonido -siempre activa, nunca silencio, siempre ruido, conversación de fondo-, cada movimiento de cámara ubicado en el momento idóneo, ni un solo recurso usado vagamente, o fuera de contexto, o simplemente sobrante. La estructura clásica, con prólogo y epílogo, los cortes, los colores y las luces, y las cosas que brillan y las que dan sombra, y cada gesto de cada intérprete…
Uno puede pensar, en un principio, que hay unos determinados números de baile, pero lo cierto es que o todo es danza o nada lo es en CLIMAX. Cuando hablan, se tocan, se empujan, se acercan y se alejan, caminan, beben… en todo momento están bailando. Y cuando bailan, es entonces cuando más hablan, más se tocan, más se empujan, se acercan y se alejan, más caminan, más beben, más se dirigen programáticamente hacia la autodestrucción jubilosa, como dirían nuestros amigos de Tiqqun -también franceses- con respecto al hedonismo extremo imperante en toda rave. Porque, ante todo, eso es CLIMAX, una rave de todos los elementos que parecen estorbar a la contemporaneidad para ser un tiempo limpio, como antaño, y no lleno de imposibilidades sociológicas y fórmulas económicas dementes.

CLIMAX es documental, biopic y recreación, es cine fantástico, es videoarte, videodanza y videoperformance, es película de terror y es drama, es humor negro y de acción, es autoral, es un film de arte y ensayo, es todos los géneros cinematográficos y no cinematográficos, pues la experiencia que produce su visionado va mucho más allá de aquello que siempre se ha entendido como… cine.

Pero además de todo lo sensorial, emocional y esteta que pueda ser CLIMAX, contiene potentísimos discursos sobre temas de más o menos actualidad, pero siempre polémicos; siempre, por tanto, interesantes. Sin posicionarse, sin forzar una identificación del espectador con un protagonista -al ser magistralmente coral y no haber ninguno-, Gaspar Noé se permite el lujo que es hoy ser políticamente incorrecto, sin serlo realmente. Identificar al realizador con alguna de las opiniones vertidas en la película sería infantil y estúpido, y es sin duda el motivo que lleva a muchos a alejarse del cine de este genio vivo. Ellxs se lo pierden.
La erotización de la violación -ya presente en Irreversible-, el aborto -«vivir es una oportunidad única», para luego añadir que está bien tener la opción, para que finalmente todo dé igual y sea terrible 🙆🏾-, la masculinidad y la virilidad, el nacionalismo -en la bandera francesa, telón de fondo permanente están, de forma explícita, el resto de banderas: yo veo la española, como en el desfile de Ágatha, presidiendo una reunión de edgies y malditos, una suerte de talentosos Freaks-, la aconfesionalidad y la religión de Estado… Todo asuntos candentes, irresolubles, caminos siempre abiertos a un nuevo tránsito, a una nueva comprensión. Cualquiera que esté interesado en elaborar metodologías de convivencia en la diversidad debería ver esta película. Al menos una vez al mes. Todos deberíamos hacerlo. Como Prada Marfa en Texas, construiría un cine en mitad de los Monegros en el que se proyectase CLIMAX 24/7. 365.