Crónica desordenada de Clic, de Inma Bernils y María Ferrara en La Polivalente (Málaga) el 17.12.2016.
«Clic: palabra que designa el sonido de un movimiento de encaje, conexión, articulación. un ya está. ya está pasando. voces, movimientos y palabras para una com-pompom-sición instan-tan-tan-anea». Breve, misterioso, intrigante… Con este texto mínimo se anunciaba el evento que tuvo lugar en ese espacio especial que es La Polivalente en Lagunillas, de las manos -pero, sobre todo, de las gargantas– de Inma Bernils y María Ferrara. No hacía falta más.
El que tiene oídos, que oiga.
Mateo 11:15
Para quien tiene el oído apropiadamente entrenado, la música está en todas partes: en el clic y en el clac, en el pum y en el pam, en el buh y en el bam! Pero no sólo de onomatopeyas vive el poeta fonético, su capacidad de adaptación al espacio –espaciiiiiuuuu culturaaaaaalllll– es apabullante, lo que demuestra, entre otras muchas cosas, que es un arte vivo, absolutamente ajeno a ese arte elevado -literalmente- y superlativo que es sólo arte si nada le interrumpe, nada le toca, nada le afecta.
Ante el escenario tradicional de exposición de los nuevos dioses vivos, idolatrados por igual, los artistas, Inma y María proponen un derramamiento líquido y descarado, embarazoso, puntiagudo, molesto, intrusivo… Las características del espacio de La Polivalente lo convierten en un plató difícil de manejar si no se tiene dominio absoluto de los elementos. Así, ante el habitual autoencarcelamiento del artista en su trinchera construida a base del distanciamiento con el público, en Clic se produce algo que, en primera instancia, puede no llamar demasiado la atención, pero que sin duda es sumamente representativo del tipo de acción que aquí se defiende.
Inma y María, vestidas, como gemelas, de rojo, se hacen con el espacio de manera afable, sin que apenas te des cuenta, pero tomando el control pleno. Te giras para coger la copa de vino y de repente tienes a Inma mirándote a los ojos desde muy cerquita gritándote, absolutamente descabellada, «pues así es, así como te lo digo, ¡digo! ¡como te lo cuento!«, en una verborrea delirante y metódica. La cotilla del barrio, sublimada.
También sublimado, si no caricaturizado, queda el espontáneo de turno -varón blanco, la sorpresa- que, como no le interesa el asunto lo más mínimo, decide unilateralmente que nadie tiene derecho a disfrutar de semejante mierda, patochada, absurdez, movida de artista. Nadie, porque él es todo, por supuesto. Sin embargo, en una nueva muestra de enorme inteligencia, las artistas deciden, improvisadamente, sacarle partido al asunto, y convertir las irrupciones sonoras del individuo en parte del espectáculo, provocando la admiración general del público, ya conquistado por completo. Hasta el punto de gritar, con una conmovedora parada catártica en la ‘r’: «Porrrrrrrrrrrrrrrr favor, ¡respeto! [Golpe en la mesa]«. Y todo sin salirse del papel. Inmediato. Aplausos. Y, con estos como nueva materia prima, continúan.
Pero tampoco de espontáneos vive sólo el poeta fonético, cuyo oído es salvaje por ausente de criterio: no selecciona, lo escucha todo y, más tarde, elige, racionalmente -o no-. Una silla que se cae, una risa, un mal trago, una tos… Como un espejo negro Clic absorbe todo lo que le rodea y, mediante un ligerísimo espectáculo metabólico, lo transforma en sonido puro, al servicio de la representación. Al fin y al cabo todo es una cuestión elemental: como el pintor controla el óleo y el escultor el barro, así maneja a su antojo el poeta fonético el sonido, las ondas, las vibraciones…
Para más inri, Clic no se queda en un mero megáfono del mundo chico, sino que ataca ferozmente la cualidad del sentido, haciéndola implosionar, destruyéndola desde dentro. Seguro que te ha pasado alguna vez eso de que, tras repetir demasiado una palabra, esta empieza a enrarecerse, a perder todo su significado: entra en el paralelo oculto de lo extraño. De la misma forma deconstruyen Inma y María la realidad sonora adyacente, convirtiendo el grito idiomático en silábico, la concreción en fantasía, la expresión en bomba sonoro-sensorial. ¿Qué pasa cuando enfatizas demasiado una frase? Que esta queda irreconocible, absurda, plana: empieza a restar importancia a su correlación semántica y aumenta inevitablemente su carácter más físico: el sonido. El episodio, ya comentado, de la mari de patio que comenta, extremadamente excitada, un asunto cualquiera, lo deja clarísimo. La exageración de una tos, de una risa, hacen que dejen de ser risa y tos y pasen a ser un elemento vivo, maleable, en manos expertas.
Cualquiera que viera el asunto desde fuera pensaría «¡Pero qué locura es esta!«, pero nada más cuerdo, más consecuente, más aleatorio al mismo tiempo. De todas formas eso es lo de menos: como de costumbre -al menos en lo que a la carrera de Inma se refiere- brotaron las risas en una muestra de arte divertido, cercano, vivo, irreverente y fantástico.
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Si te va el rollo, quizá te guste… ‘La Pasión según San Lucas’, de Penderecki.